lunes, 12 de enero de 2009

la terminal



Los seres humanos tenemos tendencia a huir.

Huimos del mundanal ruido cuando escapamos, en vacaciones, a lugares más calmos que nuestras grandes urbes.

Huimos de la rutina y decidimos que nuestros días deben ser todos diferentes y tener un color especial.

Huimos de la vulgaridad para demostrar que somos alguien, que tenemos nuestra propia identidad.

Huimos del aburrimiento y nos refugiamos en cualquier cosa, por absurda que pueda ser o parecer, para que no nos tachen de mediocres.

Huimos del analfabetismo y nos refugiamos en bibliotecas, museos y demás salas de arte, incluidas las del séptimo, para ser más cultos que el vecino.

Huimos y siempre encontramos alguna excusa para seguir huyendo.

Sin embargo, hay personas a las que no les resulta fácil huir y se quedan atrapados en tierra de nadie esperando: algunas veces un milagro, algunas veces un golpe de suerte y algunas otras veces no toparse con que la huida fuera infructífera y ser retornados al punto de partida.

Hay momentos en los que huir es la única salvación posible.

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