
Esta es la historia de una princesa a la que llamaban Oronda.
Oronda no era su verdadero nombre pero su gordura la asimilaba a una pelota, así que de ahí el sobrenombre.
Oronda aprendió a tragarse palabras desde muy pequeñita. La primera fue un "gracias", que le pareció dulce y agradable al paladar. Después siguieron otras como "por favor" o "si te parece bien" o "amabilidad" y muchas, muchísimas más.
Se podía decir que Oronda era una glotona come-palabras.
Esta glotonería se fue instalando en su cuerpecito hasta convertirla en la niña más redonda que puedas imaginar, cosa que a ella parecía no importarle pues todos giraban a su alrededor haciendo justo lo que ella quería.
Pero un buen día, cuando era una jovencita pretendida, se tragó un "jamás".
- ¿Por qué lo habré hecho? –Se preguntaba– ¡Está palabra es muy amarga!
- ¿Por qué lo habré hecho? –Se repetía– ¡Esta palabra no la quería!
- ¿Por qué lo habré hecho? –Volvió a interrogar– ¡Tengo ganas de vomitar!
Y así, sin más, empezó a vomitar.
Vomitó los "te amo", los "ya no puedo más", los "respétame"...
Cuando parecía que aquello nunca iba a acabar un "te perdono" seguido de un "me perdono" salieron violentamente de su boca.
La princesa quedó tendida en el suelo, exhausta, y permaneció así por un buen tiempo.
Cuando se levantó la imagen que le devolvió el espejo la asustó, no en vano tanto vómito le había devuelto su esbelta figura y su rutilante belleza.
Al contemplarse se vio tan bien que resolvió que no merecía la pena tragarse ninguna palabra y así lo hizo.
Hoy en día suelta todas las palabras que le vienen a la boca, eso sí, siempre con amor y ternura.
2 comentarios:
Muy bonito Lu!
Muchas gracias, Japogo!
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