viernes, 24 de septiembre de 2010

reescribiendo


Hace unos días escribí el cuento que publiqué en mi anterior entrada y se lo mandé a la compañera que me lo inspiró. Le pareció un cuento encantador pero no le gustó el final porque era triste.

Me pregunto cómo sería la vida si todos viviéramos sumergidos en “cuentos de hadas”, de esos que saben a nubecita de azúcar y chocolate, de los que te dan dulces sueños y mejores despertares… Lo siento pero no puedo imaginarme una vida así.

Parece que los seres humanos, algunos de los cuales no razonan mucho pero también se les llama seres humanos, venimos a este mundo a sufrir.
El mayor de los sufrimientos es nacer. El nacimiento es la experiencia más traumática que se puede llegar a vivir. Los pulmones de un bebé, encharcados de líquido amniótico, tienen que secarse en pocos minutos y llenarse de oxígeno cuando su cabeza salga al exterior del cuerpo de su madre. A partir de ese momento, el cerebro del pobre bebé está constantemente trabajando y dando órdenes, para que ninguno de los órganos de ese pequeño cuerpecito se atrofie o simplemente deje de funcionar. Alguno de nosotros, personas adultas, ¿sería capaz de contabilizar cuántas veces inspira y expira en un día?, simplemente no porque nuestro cerebro ya lo tiene automatizado.

Pues bien, si la naturaleza no fuera tan sabia y nos dotara de raciocinio incluso antes de nacer, más de uno y de dos, se suicidarían en el vientre materno por miedo a vivir la traumática experiencia de “salir al exterior”.

La felicidad tiene una mitad de sufrimiento, el recuerdo una mitad de olvido y los cuentos, los de verdad y no los de hadas, tienen una mitad de tristeza porque es ahí donde radica la moraleja del cuento.

Así pues, se perdió y sigue sin encontrarse y sin que la encuentren; será un proceso lento, doloroso y triste, pero cuando salga a la luz habrá vuelto a nacer.

Te dejo a ti escribir el final feliz, el que tú prefieras, el que más te guste o te convenga, la historia no tiene fin simplemente se reescribe a cada momento.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

se perdió



Se levantó una de esas mañanas de sábado con aires renovados y ganas de limpiarlo todo.

Empezó por hacer limpieza de su casa, que quedó como una patena y digna de ser expuesta en la mejor de las revistas de decoración.

Siguió por hacer limpieza de sus libros, dejando solo los que aún no había podido leer y unos pocos cuentos que le gustaban.

Continuó por su ropa, zapatos, abrigos, chaquetas... y encontró el fondo de armario que siempre había querido tener.

Finalmente, aún a su pesar, se puso a hacer limpieza de los “trastos viejos” que aún guardaba en su cabecita.

Tiró aquellos días buscando el reconocimiento de su padre.

Tiró aquel primer novio que se murió antes de poder casarse con ella.

Tiró aquella amiga que le había traicionado aún considerándola más que una hermana.

Tiró los recuerdos de un matrimonio que hizo aguas.

Tiró los múltiples “amigos con derecho a” que no le habían servido para mucho.

Tiro alguna amiga que se había perdido en la distancia y el olvido.

Tiró los sufrimientos innecesarios.

Tiró y tiró y tiró y, sin ser realmente consciente de lo que hacía, se tiró ella misma y se perdió.

Cuentan las malas lenguas que, allí donde vivía, aún se puede oír su voz pidiendo que alguien le ayude a encontrarse.

domingo, 19 de septiembre de 2010

la princesa Oronda


Esta es la historia de una princesa a la que llamaban Oronda.

Oronda no era su verdadero nombre pero su gordura la asimilaba a una pelota, así que de ahí el sobrenombre.

Oronda aprendió a tragarse palabras desde muy pequeñita. La primera fue un "gracias", que le pareció dulce y agradable al paladar. Después siguieron otras como "por favor" o "si te parece bien" o "amabilidad" y muchas, muchísimas más.
Se podía decir que Oronda era una glotona come-palabras.
Esta glotonería se fue instalando en su cuerpecito hasta convertirla en la niña más redonda que puedas imaginar, cosa que a ella parecía no importarle pues todos giraban a su alrededor haciendo justo lo que ella quería.

Pero un buen día, cuando era una jovencita pretendida, se tragó un "jamás".

- ¿Por qué lo habré hecho? –Se preguntaba– ¡Está palabra es muy amarga!
- ¿Por qué lo habré hecho? –Se repetía– ¡Esta palabra no la quería!
- ¿Por qué lo habré hecho? –Volvió a interrogar– ¡Tengo ganas de vomitar!

Y así, sin más, empezó a vomitar.
Vomitó los "te amo", los "ya no puedo más", los "respétame"...
Cuando parecía que aquello nunca iba a acabar un "te perdono" seguido de un "me perdono" salieron violentamente de su boca.

La princesa quedó tendida en el suelo, exhausta, y permaneció así por un buen tiempo.
Cuando se levantó la imagen que le devolvió el espejo la asustó, no en vano tanto vómito le había devuelto su esbelta figura y su rutilante belleza.

Al contemplarse se vio tan bien que resolvió que no merecía la pena tragarse ninguna palabra y así lo hizo.

Hoy en día suelta todas las palabras que le vienen a la boca, eso sí, siempre con amor y ternura.

domingo, 5 de septiembre de 2010

independientes


Cuando lees la prensa, a veces, te encuentras con noticias aparentemente gratas.

Hoy he leído que habrá una tregua en los conflictos del País Vasco y recibo la noticia con sorpresa agridulce, pues el comunicado en cuestión no da mucha esperanza.

¿Realmente quiere el pueblo vasco la independencia? Si mañana se hiciera una votación, ¿ganarían los que están a favor o los que están en contra de esa independencia? ¿Es sano para nuestra economía que partes de nuestro país se conviertan en países ajenos? …

Estoy convencida de que nuestro país es rico por la diversidad de culturas que lo integran y dejar perder este hecho sería como aniquilarnos.

En fin, creo que la identidad de un pueblo no se rige por su nivel de independencia sino más bien por su nivel de tolerancia.